5.1.09

Pedaleando por los Valles Calchaquíes

El imponente noroeste argentino fué la excusa para que un grupo de amantes del pedal se junte a disfrutar del paisaje, pero sobre todo el deporte y su mutua compañía. Seis dias con los pies subiendo y bajando al ritmo de un bombo legüero.
Salta “la linda” fue el punto de encuentro para un heterogéneo grupo unido por una pasión común, o dos: la naturaleza y el ciclismo. Convocados por Acampartrek, se dieron cita con sus bicicletas para recorrer los valles, pueblos y senderos de la región durante casi una semana, transitando la paradigmática Ruta 40 y pueblos como Cachi, Seclantás, Molinos, Angastaco, San Carlos y Cafayate.



Para algunos la cosa comenzó antes del desayuno. Con Carlos Moscato, quien me acompañaba como guía, no dejamos de mirar y re mirar todo. Con nosotros estaba Enrique Pantaleón, el chofer de apoyo, salteño y veterano andador de los calchaquíes.
El grupo se formó con Beto, un médico psiconalista de 61 años, que hace dos tuvo un pre infarto. Ahora, rehabilitado fue el que más garra le puso a la travesía. También con Juliana, una abogada de 40 años y Virginia; contadora, de 29. Omar, ingeniero de 50 y Nancy, de 44, llevaron a Silvina, odontóloga de 42. En el mismo rubro estaba Joaquín, un mecánico dental de 37, quien con Alicia (profesora de música, 52) eran los debutantes en este grupo. La partida se completó con Carlos, un médico de 45 años que hizo el viaje laburando de “humorista”, y Luisito, constructor y de 39. Tras la comida, el transporte partió hacia el sur de la ciudad de Salta. Al arribar a la localidad de El Carril, un típico pueblo del Valle de Lerma, ingresamos a la Quebrada del río Escoipe, ubicada a casi 2 mil metros sobre el nivel del mar, y a la Cuesta del Obispo. En el punto más alto del recorrido se encuentra la Piedra del Molino (3.348 mts.), donde cambiamos el motor por el pedal. La travesía se desarrolló por el Valle Encantado, un sitio de ensueño con tierras rojas y pasto verde, donde el camino parecía no ser lo bastante largo para satisfacer la ansiedad y las expectativas de todos. Recorriendo la recta del Tin Tin y el Parque Nacional Los Cardones, el pueblo de Cachi fue el fin de la primera jornada, de 56 kilometros. Tras el alojamiento y el recorrido del caserío, pero sobre todo una larga sobremesa, llegó la hora de descansar para afrontar la segunda etapa de la aventura. Cerrar los ojos parecía no alcanzar para sacar de la vista las imágenes del día: desde la bella arquitectura hispánica salteña, sus calles, casas, y veredas; hasta los sinuosos caminos y los coloridos cerros atravesados.

La mañana siguiente fue el comienzo de un ritual que se repitió cada dia: acomodar las cosas en las bicis, revisar los frenos, las cubiertas y chequear el equipo. Básicamente, este estuvo compuesto por antiparras, casco, casaca de ciclista, algún buzo de polar, una campera corta viento, guantes, calzas y zapatillas de trekking. Para la bici, una caramañola, un destellador trasero, cámara de repuesto, kit de pinchaduras y tensores para sujetar todo. Luego a desayunar, la salida fue rápida hacia Molinos, una población serrana fundada en el siglo XVII, ubicada en un sector privilegiado de los valles. La energía estaba a pleno, alimentada con la plácida luminosidad del clima salteño. En el recorrido visitamos el caserío de la Paya, El Colte, el camino de los artesanos y el pueblo de Seclantás. Llegamos a Molinos a media tarde, con tiempo para recorrerlo, fotografiarlo y sobre todo, respirarlo. Las bromas de Carlos no paraban, pero por suerte habian empezado las explicaciones de Nancy, museóloga de profesión, que completó en Salta con los comentarios del museo de antropología de alta montaña (MAAM). Una jornada de 55 kilómetros de pedaleo culminaba en otra noche de buena cena, mejor charla y un necesario y merecido descanso para recuperar energías.

La actividad de la mañana siguiente comenzó temprano, otra vez con la carga del equipo y el desayuno. Durante un día de pedaleo, ésta es la comida más importante, ya que prepara para afrontar el esfuerzo por venir. Tras el ritual matutino, las ruedas delanteras empezaron a achicar los 40 kilómetros que nos separaban de Angastaco por la mítica ruta 40, transitando junto al cauce del río Calchaquí y bajo al atenta mirada del Nevado de Cachi, de 6380 msnm. Al llegar al pueblo, la primera visita fue a la iglesia. Otra vez las bromas de Carlos, sobre ir a agradecer porque habíamos llegado. Junto a ella, la plaza era una estampilla típica de los pueblos del norte. Fin de la travesía por ese día, que cerraba con un excelente balance: sin problemas mecánicos ni físicos, a pesar de tratarse de un recorrido de dificultad moderada, por las continuas subidas y bajadas.

La Quebrada de las Flechas fue la ruta del cuarto día. Las formaciones montañosas impresionaban por los estrechos desfiladeros con paredes de 20 metros que se formaban al costado del camino. Casi 53 kilometros (¿cuántos pedaleos serán 53 kms?) fue el recorrido hasta San Carlos. Pero la cosa no terminó allí: gracias al vehículo de apoyo el salto fue hacia Cafayate, donde cómodamente ubicados y sin el subibaja de las piernas planéabamos el día siguiente. La belleza colonial de Cafayate, que casi a 2 mil metros de altura se yergue como esos vinos buenos que mejoran con el paso de los años, nos regaló una mezcla de ese estilo con el barroco americano. Ese fue el marco de la ultima noche de la travesía. Pero no importaba, quedaba un día mas para pedalear, pero sobre todo, quedaban recuerdos imborrables de los pedaleados.
La última jornada nos mostró la belleza de la Quebrada de las Conchas, donde la erosión del viento y el agua han creado hermosas y caprichosas formas en las montañas. El cansancio sumado de los dias se notaba en los cuerpos, pero no en los ánimos. Las subidas hacían mover los pies con la lenta cadencia de una baguala, mientras que en las bajadas eran como el alegre repiqueteo de una chacarera. El retorno hasta Salta en el vehículo de apoyo no alcanzó para dar rienda suelta a nuestras ganas de hablar y compartir todo lo que habíamos sentido. Muchos nos conocíamos, y ya habíamos encarado otros caminos juntos. Pero cada huella es distinta, y las cosas que se graban adentro también, no importa si sean ciclistas principiantes o viejos rodamundos. Es que, a pesar de usarla unas veces al año, para todos nosotros la bicicleta no es una forma de transporte. Es una forma de vida.

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